Diálogo del delirio

Reseñas

Emma Artilesla Margarita del Transvaal
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Salida de sus espacios habituales, Laura Rodríguez florece en estas páginas como el brezo entre la nieve. Paisajes, tradiciones y sucesos la tocan y conmocionan, pero ella, la eterna muchacha medio oriental, dispuesta siempre para la felicidad y el amor, adopta la postura que los grandes maestros llaman  "estar vivos en la inacción" y presenta sus tankas y haikús con la medida que el tamé, que es la concentración de fuerzas y energías a partir de una aparente quietud, le ha otorgado a sus desbordamientos.
Isaly Pérez
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Nos encontramos en estas páginas con precisas y espléndidas composiciones de poesía japonesa que se adueñan del cuaderno con su fuerza y belleza, pues su cuidada sencillez es la destilación de toda una vida; hizo falta mucho tiempo para que las preguntas y visiones de la autora se sintetizarán en estas pequeñas joyas de sabiduría. Laura Rodríguez se muestra ante nosotros como la dueña del arte de vivir, que no implica siempre felicidad estallante o recontar las ganancias y pérdidas; sino el entendimiento para recibir y disfrutar de cada momento. La belleza y el misterio de su poesía y su altura filosófica me recuerdan siempre a ciertas especies extintas.
Manuela Carrazana
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Una mirada observadora que penetra la angustia existencial y la naturaleza se plasma en esta poesía en que la autora dialoga desde la objetividad y hacia el delirio.
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Poemas de "Diálogo del delirio"

El viento ruge
cuando sopla improperios
y arrastra hojas.

¡Crash!, se ha roto la rama
¿no escuchas su gemido?

Te han despertado
los gritos del silencio,
estás alerta.

¿Quién me llama en el sueño?
¿es la luz o el rocío?

Tan sabio el Tiempo
pues gradualmente juzga
inapelable.

Tan sabio el Tiempo
pues gradualmente juzga
con tolerancia.

¿Por dónde andan ahora,
seres que un día amé?
¿Qué espacio y tiempo habitan?

¿De qué tejido han hecho
la que entonces yo fui?
¿Cuáles hilos nos atan?

Todo se va apagando
el tiempo pasa, así
llega la niebla eterna:

el olvido es un dragón dorado.

(Para Dino)
¿Alguna vez te he dicho que te quiero tanto?
Un epíteto reservado a los más buenos
te nombra acá en mi corazón.
Porque hay un sello sagrado desde que entonces
te miré largamente
para que no te confundieras entre tantos
después de revisar tus dedos
y recordar para siempre tu rostro.

Mucho antes andabas por mi sangre
en aquel lugar desconocido por mí
bolsa de tan cálida protección
cuerpo el mío tan frágil, tan pobre y tan fuerte.

Yo te entregué mi amor
mas reservé la íntima libertad de mi elección.
Y es que no puedo
ampararte en los miedos
evitar el desconcierto de buscar
entre pájaros, hojas y material diverso
porque también allí habita la estrella más brillante
la luz diversa
entre un montón de razones sin cordura
personas de latón, de cartón y de plata
seres luminosos…

Tenemos que elegir
¡Ay, qué grave elegir!
signo de libra que demoras tu decisión,
tenemos que luchar por cada día
¡Oh, tremendo castigo de Sísifo!
verdadero castigo para el hombre.

Por eso, nosotros elegimos tu cercanía
los orígenes en este distante pueblo
la incondicional ayuda
hasta el postrer asalto del polvo
cuando cae.

Los chopos los sauces, la ceiba inmensa
envían con el viento sus semillas voladoras;
los vilanos y sámaras vuelan junto a las alondras
tocan suavemente a las golondrinas
como seres alados
o fuegos artificiales
son un copo de nieve amaderado
que se queda dormido
o ensartado en la más preciada cabellera
escondidos en cualquier rincón de la casa o de la huerta

Un soplo basta para cambiarles el camino
el destino
la incertidumbre de llegar
de prenderse a la tierra y crecer
y crecer como un chopo, un sauce, una forzuda ceiba.

Entra con la primavera el Maestro Perfumista
a mi salón…
Lo atrajeron las rosas que trae Manuel, cada tarde, acabadas de cortar a hurtadillas.
Las figuras de los cuadros que aparentemente pueblan la pared.
Los versos que reposan en los libros,
las anécdotas terribles que viven en la novela de Murakami
o el período de horror que se esconde en el “Opus Nigrum” de Yourcenar.
Un gato en posición de descanso
levanta la pata para orinar al televisor,
una gheisa envejecida da testimonio de su glamour ya desaparecido.
La mariposa del reloj solo vuela a las once de la noche.
Y la guitarra, al fin, fue silenciada por el tiempo
porque fue inútil callarla.

El Maestro Perfumista busca el pequeño aleph del incensario,
introduce la fragante varilla de sándalo “satia sai Baba”
y deja flotar su espíritu y su gorro
sus dos largas trenzas… en el salón:
yo observo cómo las golondrinas construyen su nuevo nido bajo el alero
con el lodo que cargan en los pequeños picos…
Momento supremo.

© Laura Victoria Rodríguez Rodríguez - Todos los derechos reservados